Apenas mi vigésima sexta composición, "Tengo" es la canción más breve que he escrito, con tan sólo veinticinco segundos de duración. ¿Por qué la hice así de pequeña? Francamente no tengo la menor idea. La compuse cuando tenía quince años de edad, más o menos recién cumplidos. En esa época mi ideología era una mezcla extraña de izquierdismo a la Rius con filosofía hippie (en ese sentido, fui como un antecedente de la república del amor que hoy pregona López Obrador). Ahora que viéndolo bien, hoy sí puedo presumir de tener lo que canto en la pieza: tengo vida, libertad para hacer lo que me gusta, el amor de mucha gente y una gran paz interior. Sí, tengo felicidad.
La canción es una tonada folkie por demás sencilla y la grabé hace un rato, en el GarageBand de mi computadora. Es la primera vez que utilizo ese programa para grabar y el resultado fue cuando menos curioso. Usé guitarra normal y el organito, el bajo y las percusiones son del software. La voz medio la filtré también con dicho programa.
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Descubrí a Canned Heat antes que a John Lee Hooker. De
hecho, Canned Heat me llevó a John Lee Hooker. Recuerdo bien que por allá de
1968, en la radio mexicana pasaban un tema de la banda angelina a la que los
locutores llamaban “El boogie refrito”. Aquel ritmo rápido y acompasado fue una
revelación para mí. Igualmente recuerdo “On the Road Again”, del propio Canned
Heat, en la voz del Búho Al Wilson, que era una especie de boogie más lento y
con cierto mood hipnotizante.
En 1994,
decidí componer un boogie y el resultado fue este. Quise hacerlo de la manera
más tradicional posible, la más ortodoxa, y como un homenaje a Canned Heat, esa
gran banda hoy prácticamente olvidada, y a su “Refried Boogie” (cuando hoy día se escucha un boogie,
la mayoría de la gente lo asocia más bien con ZZ Top, por su tema “La Grange”).
Escribí el
“Boogie de la muralla” en la época en que yo seguía más que clavado con
“Ángela” y en la que aún pensaba que tarde o temprano ella sería mi chava. Para
eso, estaba dispuesto a pelear por su amor con todas mis fuerzas (tal como lo
plantea la letra). Ingenuo que es uno cuando está enamorado, obsesionado con
una persona.
La
grabación es de 2008 y forma parte de las sesiones de Los Pechos Privilegiados
en la escuela de música DIM, con José Luis Domínguez como ingeniero y la misma
formación ya citada en anteriores canciones de esas sesiones, es decir: Leyla Rangel y Giuliana Vega en los coros, Demetrio García en la batería, Rafael Herrera en el bajo, Mauricio Mayén en la guitarra líder y yo en la voz principal y la guitarra de acompañamiento.
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Boogie de la muralla
El diablo no me hace caso y el cielo se nubló.
Mi vida se hace pedazos como en una explosión.
Soy un árbol sin follaje, un florero sin flor,
un peatón en el Viaducto, un pecado sin Dios.
He pasado por todo lo que tenía que pasar.
Un borracho he sido yo sin una copa tomar.
Cada vez que yo me acerco en busca de tu calor,
lo único que tú me brindas es un cruel desamor.
Pero no dudes, no lo dudes
No dudes que al final la muralla se va a derrumbar.
Tus cimientos son macizos y tus muros también.
Estás hecha de concreto y de cemento, mujer.
Tus paredes son tan lisas, no las puedo escalar.
Eres tan inaccesible que quisiera llorar.
Pero no dudes, no lo dudes
No dudes que al final la muralla se va a derrumbar.
Conocí a Denisse el 4 de octubre de 2008. Acababa yo de
regresar de París, ciudad a la que había llevado a una amiga que me hizo el
viaje de cuadritos y con quien rompí a los pocos días de volver a pisar tierra
mexicana. Fue una decepción muy grande la que me produjo tal persona y la
aparición de aquella jovencita que apenas cumplía dieciocho años fue como
la llegada de un ángel a mi vida. Poco tiempo después, empezamos a andar y mi
existencia cambió por completo; para bien, por supuesto.
Denisse no
tardó en inspirarme y le escribí esta canción un viernes por la noche, de un
tirón. Luego la grabé frente a la computadora, con la imperfección de algo casi
improvisado, pero me gustó cómo quedó, a pesar de uno que otro error en la
guitarra y en la voz. La letra es la de un hombre enamorado de su flamante
novia y provocó mucha controversia cuando la di a conocer en You Tube y en mi
blogEl rojo y el negro. Hubo gente a la que le encantó y otra que la tildó de ser
insoportablemente cursi. Tant pis.
La música
es tranquila y feliz, una especie de folk pop en do mayor, con escalas descendentes. A poco más de
tres años de haberla escrito, me gusta aún más que en un principio. Hubo otras
canciones para ella en los meses posteriores, algunas incluso mejor construidas
y con letras más ingeniosas, pero de las que le escribí a Denisse, esta sigue
siendo mi favorita.
La canción con la cual más se identifica a Los Pechos
Privilegiados. Creo que de hecho fue la primera que montamos, a fines de 1993,
para el debut de la banda, el 11 de febrero de 1994, durante la fiesta de
presentación del primer ejemplar la revista La Mosca en la Pared en El Antro,
un lugar para conciertos de rock ubicado en Huipulco, Tlalpan, y que ya no
existe.
La canción
se le escribí a la famosa protagonista de mi novela Matar por Ángela (es decir,
a la mujer real que me inspiró a ese personaje) y habla más de un wishful
thinking que de una situación real, porque si bien varias veces llegué a estar
a altas horas de la noche en su casa, jamás me quedé a dormir con ella.
Se trata de
un blues tradicional, sin mayores complicaciones estilísticas. Siempre he
tenido en mente un arreglo que incluya piano y metales, pero jamás he tenido la
posibilidad (o los medios económicos) para concretarlo. Como sea, es un tema
que me gusta mucho cantar.
La
grabación forma parte de las sesiones de enero de 2008 en el DIM y la formación
de Los Pechos es por tanto la misma. Destacan los excelentes solos de guitarra
de Mauricio Mayén.
De finales de 1999 a finales de 2006, estuve profunda,
apasionada, enervada, enajenada, celosa y delirantemente enamorado (ya sabemos
que el enamoramiento puede convertirse en una especie de patología mental) de
una mujer que sólo me hizo caso (por decirlo de alguna manera) durante poco
menos de un año y después nada quiso conmigo más allá de una amistad,
algo contra lo que yo me rebelé a lo largo de seis largos años, hasta el borde
de una irracionalidad digna de mejores causas (eso en caso de que la
irracionalidad sea digna de alguna causa). Yo lo llamaba amor, pero más bien
fue una obsesión enfermiza, un afán por adueñarme de otra persona a como diera
lugar y de aborrecer a todo aquel que pudiera acercársele. Mi mente obtusa no podía comprender
como ella no se daba cuenta de que yo era su hombre ideal, mientras que quienes se le acercaban (a quienes consideraba uniformemente como unos patanes) no la merecían.
Por fortuna, esa obsesión mía terminó y ella y yo somos hoy magníficos amigos.
Es la misma mujer por quien escribí “Los tiempos tristes”, “Algo prohibido” y
varias canciones más, como esta que aquí presento y que hace un breve recuento
de cómo nos enamoramos y de cómo, cuando ella decidió no seguir conmigo, me
negué a aceptarlo y me empeñé en seguir cerca de su persona.
La música
es una escala descendente en sol mayor, con arpegios en la guitarra, un poco en
el tenor de “Blackbird” de los Beatles. La melodía me parece lograda y bella en
su tono melancólico. La grabé en el estudio de Adolfo Cantú, posiblemente en el 2004.
Yo estoy en la voz y en la guitarra y Adolfo se hace cargo de los efectos de
sintetizador con un cierto aire de orquesta de cámara (sería estupendo poder
grabarla alguna vez con instrumentos reales).
Escribí esta canción como un divertimento y como un
homenaje a una de mis cinco bandas favoritas de todos los tiempos: The Who (las
otras cuatro son los Kinks, los Beatles, los Rolling Stones y Led Zeppelin,
aparte de tener a Frank Zappa en un especialísimo y único lugar).
Se me
ocurrió hacer una letra sobre el tema de la masturbación, tal como a mediados
de los años sesenta del siglo pasado Pete Townshend escribiera un par de piezas al respecto (“Mary
Anne with the Shaky Hand” y “Pictures of Lily”). La música tiene claras
referencias a algunas composiciones del propio Towshend, sobre todo a “Pinball
Wizard” y “We’re Not Gonna Take It” de Tommy (1968).
La
grabación se hizo en 2004, en el estudio de Juan Óscar Alcina en la calle de
Regina, en el Centro Histórico. Salió en una sola toma y es claramente un demo.
El propio Juan Óscar se encargó del bajo, Luis “El Men” Sánchez está en la
batería y yo en la guitarra y la voz. Casi no la habíamos ensayado, pero no nos
salió del todo mal. Me encantaría regrabarla y no con mi voz, sino con alguien
que tuviera un tono agudo, casi a la Roger Daltrey. Igual en algún momento
puede hacerse.
A fines de 2006 conocí a una chava por MySpace, nos hicimos muy
amigos, nos vimos en persona (ya a principios de 2007) y empezamos a frecuentarnos. Poco a poco
me ganó por su simpatía y me fui clavando con ella, a pesar de que tenía novio
y hasta vivía con él. Aunque la relación duró poco más de un año y medio (y terminó de la
manera más decepcionante y abrupta), nunca pasó algo “serio” entre nosotros y
tampoco fue un enamoramiento obsesivo como los que había yo tenido antes. Sin
embargo, le escribí una decena de canciones y ésta es una de ellas.
“Al final”
habla de su relación oficial que a mí, en mi ciego afán por tratar de andar con
ella, me parecía absurda (bueno, también me parecía absurda por muchas cosas
que me contaba confidencialmente y que me hacían pensar que en realidad no
estaba enamorada de su novio). Como sea, retrata un momento en el cual todo el
mundo me decía no entender qué podía yo ver en aquella veinteañera. Sin embargo, estaba
empeñado en que era una mujer maravillosa y que era perfecta para mí (casi un años después, gracias a París, descubriría todo lo contrario).
La música
es un rock blues con una figura clásica en el bajo y diversos parones y cambios
de ritmo. La letra es clara, directa y sin la menor intención poética. Quise
hacer un blues grasoso y sin artificios.
La
grabación en video es de una actuación de Los Pechos Privilegiados en el bar Ruta
61, el 20 de noviembre de 2008. Estamos Leyla Rangel y Giuliana Vega en los
coros, Carolina Reyes en la batería (creo que era su debut con nosotros), Rafa Herrera en el bajo, Mao Mayen en la
guitarra y yo en voz principal, guitarra y armónica.
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Al final
Mis amigas me lo dicen: no vuelvas a lo mismo,
No repitas los esquemas, no caigas en el abismo.
Mis amigas me lo dicen y yo no les presto oídos.
Soy un necio sin remedio y siempre me repito.
Me enamoro de quien no debo
y luego lloro como un niño.
Por eso cada vez termino peor que un desvalido.
Tú me gustas más que nadie, yo te quiero para mí.
El imbécil con quien andas no te puede hacer feliz.
Para qué perder más tiempo si al final tú lo verás:
Una de mis vertientes como compositor es la de la canción
para niños. Debo haber escrito hasta ahora una veintena de ellas. Desde muy joven tuve
facilidad para llevarme bien con los pequeños, lo cual sin duda me ayudó a ser un
buen padre. En 1972, a mis diecisiete años, andaba yo muy metido en la cuestión
ecologista (creo que ni siquiera se le decía de ese modo todavía) y de defensa
de la naturaleza. “El bosque” me salió así, de pronto, como una tonada infantil
con mensaje (dirían hoy) ambientalista y en pro de la protección a los
animales. Es un relato acerca de una ardilla que vive feliz en un bosque a donde no ha llegado la mano del hombre.
El tema
formaba parte del repertorio de Octubre, desde la época de los conciertos de
“Canción debate” en la Casa del Lago de Chapultepec, en 1972. La música está un
tanto influenciada por Donovan, en su era de discos como Barabajagal (1969) y
Open Road (1970). Esta grabación forma parte de las sesiones del Desierto de
los Leones (2000), en la casa de Adolfo Cantú, quien me acompaña en las voces y
las guitarras.
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El bosque
Era una vez una ardilla feliz que juntaba nueces para poder vivir,
en el agujero de su árbol gentil, en la frescura de abril.
Vivía con su pareja y sus hijos también, feliz sin molestar a qué o a quién,
respetando el balance y la belleza de la naturaleza.
Todo era paz y tierna quietud.
Las aves volando y el arroyo cantando:
La la la la, la la la la….
El cielo brillaba por su limpieza, el río resaltaba por su belleza,
los seres del bosque tenían su riqueza en la felicidad.
Todo el tiempo vivían felices, desde la zorra hasta las perdices,
los venados y los gusanos, no sabían de los humanos.
Todo era paz y tierna quietud.
Las aves volando y el arroyo cantando:
La la la la, la la la la….
Era una vez una ardilla feliz que juntaba nueces para poder vivir,
en el agujero de su árbol gentil, en la frescura de abril.
Espero que la ardilla siga viviendo así y si algún día tú vas por ahí,
espero sepas cómo ser feliz y no trates de darle fin.
Me divorcié en septiembre de 1992, luego de meses más que
tormentosos, y a principios del año siguiente mi hermano Sergio me puso en contacto con una
fotógrafa especializada en registrar conciertos de rock con el lente de su
cámara. Realmente era muy buena. Me la presentó por cuestiones meramente
profesionales, ya que para entonces yo estaba en plenas tareas para echar a
andar lo que en febrero de 1994 sería la revista La Mosca en la Pared. Al
principio, aquella joven de veinticuatro años no me llamó demasiado la atención, mas
en poco tiempo caí bajo su embrujo y me enamoré perdidamente de ella. Un par de años
después, sería mi fuente de inspiración para darle forma y sustancia al personaje principal femenino de mi novela
Matar por Ángela que se publicaría en 1998.
“Al borde de
la ruina” es la cuarta o quinta canción que le compuse a aquella nueva musa
cuyo influjo duraría hasta 1997, más o menos, sin que jamás lograra
conquistarla, aunque mantuvimos la amistad y hoy día, si bien nos vemos muy
poco, persiste un sentimiento de mutuo cariño. La letra menciona a “Ángela” (no puedo revelar su nombre real) hasta
la segunda parte, ya que el otro tema es la crisis económica por la cual estaba
pasando después de mi divorcio, reflejo a su vez de la crisis económica de los
últimos días del gobierno de Carlos Salinas de Gortari (le quedaba un año en el
cargo). Quise tratar las cosas con ironía y burlándome de mí mismo y de mi
circunstancia en esa época.
La música
es un blues. Lo grabé en el estudio de Adolfo Cantú, en la calle
Canela, en Tlalpan, en las sesiones de 1997. Somos mi guitarra, mi voz y nada
más.
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Al borde de la ruina
Estoy al borde de la ruina, endeudado hasta el cuello.
Ya le debo a medio mundo y siempre me ando escondiendo.
Tengo problemas muy graves, tengo problemas por doquier.
Me quieren correr de mi casa, pues no he pagado el alquiler.
Los acreedores me persiguen con citatorios judiciales.
Lo que gano no me alcanza ni para comprar tamales.
Tengo problemas muy graves, tengo problemas por doquier.
A eso agreguen la pensión que yo le paso a mi ex mujer.
Tantas broncas y dilemas deberían preocuparme,
deberían angustiarme pues la cosa está que arde.
Si fuera más responsable, ya sería hipertenso
y es que con tantos problemas, más me valdría estar muerto.
Sin embargo sólo hay algo que en verdad me quita el sueño
y ese algo que me desvela eres tú mujer sin dueño.
Me enajenas como nada y eso no está nada bien.
Me tienes tan enajenado que ya no sé ni qué hora es.
No me importan mis adeudos, mis carencias y deberes,
lo único que me interesa es que me digas si me quieres.
Estoy tan enamorado que ya no me importa ni el futbol.
Estoy tan enamorado que ya no me importa ni el futbol.
Estoy tan enamorado que ya no me importa ni el futbol.
En 1972, a mis diecisiete años, estaba locamente enamorado
de una niña de quince eneros que respondía al nombre de Irma y que no me tiraba
ni un lazo. Todo sucedía en Tlalpan, en la colonia Toriello Guerra. Ella vivía
en una casa blanca, enfrente del parque Morones, y desde que la conocí, a fines
de 1969, ese lugar se convirtió en punto de reunión primero para cuatro
mozalbetes: mi primo Arturo Espinoza Michel, mi amigo de la primaria y la
secundaria José Luis Gutiérrez Carbonell y un chavo que vivía cerca de ahí
llamado Rogelio y apodado El Chero. Yo era el cuarto mozalbete. Nos reuníamos
todas las tardes en una de las bancas de aquel parque (la más cercana a la casa
de Irma), para platicar y bromear (y yo para tratar de ver a aquella preciosa
niña de piel apiñonada, nariz respingada y piernas prodigiosas). Se nos empezó
a conocer como “los de la banca”.
En poco
tiempo, empezaron a arribar más amigos y llegamos a estar ahí más de veinte,
entre ellos mi primo Gustavo García Arróyave, los Cantú y los Paredes. Para
entonces, ya organizábamos partidos de futbol (contra los temibles chavos de
una zona lumpen conocida como La Jicotera) y con nuestras guitarras dedicábamos
largas horas a tocar y cantar (los que sabíamos tocar y cantar que éramos, básicamente, Federico Cantú, su hermano Adolfo “Bo” Cantú y yo).
Inspirado
por la belleza de Irma (quien solía usar una irresistible minifalda azul) y por
mi absoluto y sufrido enamoramiento, empecé a escribirle
canciones desde 1970 (le haría más de noventa). Una de ellas fue “Dama soñadora”
(mi canción 198, en orden cronológico), misma que no tardamos en poner Fede, Bo
y yo, con las guitarras acústicas y diversas armonías vocales (estábamos muy
influenciados por Crosby, Stills, Nash & Young).
Musicalmente, la definiría como una pieza folkie, tranquila y
melancólica. Llegó a formar parte del repertorio del dueto que inicialmente
tuve con Federico (la tocamos tres o cuatro veces en nuestros recitales de
“Canción debate”, en 1972, en la Casa del Lago de Chapultepec) y luego del trío acústico
Octubre, ya con Adolfo incorporado en pleno.
La
grabación que aquí presento es muy posterior y forma parte de las sesiones en
la casa de Adolfo, en el Desierto de los Leones, en el año 2000. Mi voz era ya
mucho más grave y no suena con el tono que tenía a mis quince años. La grabamos
Bo y yo en guitarras y armonías vocales. La voz principal es la mía.
Esta fue la primera canción que escribí, letra y música.
La hice a la edad de 14 años (y ocho meses) y me salió de pronto, lo
recuerdo, al tratar de sacar en la guitarra un tema (“How Many More Times”) del primer disco de Led Zeppelin, acetato que acababa de comprar con el pago de
mi primera quincena en el primer empleo que tuve, como office boy,
en la empresa para la cual trabajaba mi papá. El resultado final nada tiene que
ver con la pieza del Zepp, salvo en ciertas partes de la letra. Musicalmente me
vinieron de pronto algunas ideas y así le fui dando forma a la estructura
armónica y a la melodía. ¿Cómo fue? No sé explicarme cómo fue. No sé muy bien
lo que pasó…, pero la canción de pronto ya estaba lista. No recuerdo por qué se
me ocurrió que fuera en inglés (un inglés bastante elemental, hay que decirlo),
porque incluso más tarde, ese mismo día, escribí otras dos piezas, ambas en
español: “Vine a decirte adiós” y “El blues de los hombres infelices”. La letra
de “Please Be True” (Por favor sé sincera) no está dedicada a alguien en
particular (en ese momento no había una musa inspiradora, aunque muy pronto
llegaría, en la persona de la bellísima Irma). Como sea, el resultado fue esta,
mi primera canción, escrita hoy hace 42 años.
Como no
existe grabación de la misma, la que aquí presento la tuve que hacer ahora, con
mi deteriorada guitarra y mi voz de timbre mucho más bajo que hace cuatro
décadas, por lo que tuve que cambiar de la canción original en tono de La mayor
a una versión en Mi mayor. Ni siquiera se trata de un demo.
Es la primera
vez que la muestro públicamente, porque nadie -ni mis hermanos o mis mejores y
más cercanos amigos- la llegó a conocer antes. Esta es, pues, una primicia, un
estreno mundial, je).
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Please Be True
When I give all my love to you - Please be true.
I will give you all I got to give - Please be true.
I will give you all by myself - Please be true.
We will be together, baby.
Please, show me your love.
I know, I know, I know I’m really gonna love you.
Oh baby, I know, I know I’m really gonna love you.
Durante mucho tiempo fue este el tema con el que abrimos las presentaciones de Los Pechos Privilegiados. Es un blues seco, fuerte, cargado de cierta violencia visceral y de ira contenida. Lo escribí un día que me sentí enojado por alguna cosa que me dijo la mujer de quien estaba enamorado-obsesionado en aquellos días del año 2005. Francamente no recuerdo cuáles fueron sus palabras, pero sí sé que me llevaron a pensar en el deseo que a veces muchos sentimos de dejar de ser bien portados, de desafiar las reglas y comenzar a hacer algunas de esas cosas que están prohibidas por la corrección y los convencionalismos sociales. Esa es la idea de la letra de este tema que en concierto siempre he cantado con el mismo coraje que sentí cuando lo escribí.
La grabación forma parte de las sesiones en el DIM, de principios de 2008, y la formación es la misma que ya señalé en "Los tiempos tristes" y ¨Razones de peso", es decir: Leyla Rangel y Giuliana Vega en los coros, Demetrio García en la batería, Rafael Herrera en el bajo, Mauricio Mayén en la guitarra líder y yo en la voz principal y la guitarra de acompañamiento.
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Algo prohibido
Desperté esta mañana con aliento podrido,
desperté esta mañana y quise hacer algo prohibido:
asomarme al balcón con un rifle cargado,
abrir fuego sin razón y sentirme desalmado;
seducir con sevicia a una monja adolescente,
llevarla a un hotel y, para trastornar su mente,
explorar con los dedos lo que sus ropas ocultan,
hacerla gemir y sentir todas las culpas.
Yo quiero hacer algo prohibido…
Algo prohibido, yo quiero hacer algo prohibido:
violar las leyes y las reglas, trastocar el cielo y la Tierra.
Desperté esta mañana sin un rumbo fijo,
sin poder olvidar lo que anoche ella me dijo.
El amor que le di se disolvió en la nada.
Todo lo que le di se lo llevó la madrugada.
Y hoy quiero hacer algo prohibido…
Desperté esta mañana, me sentí en el infierno.
Desperté esta mañana, me consumía el fuego eterno.
La conocí en 1992, aunque me enamoré realmente de ella al
año siguiente. Fue un exasperante y exasperado amor platónico que duraría tres
largos años, en los cuales traté de conquistar sus favores de una y mil maneras
que mucho tienen que ver con el servilismo y la humillación. Se trató pues de
un proceso muy frustrante… y muy poco recomendable para una persona que quiera
considerarse digna y dueña de una autoestima cuando menos aceptable. Pero así
fueron las cosas y así decidí vivirlas, a pesar de su total rechazo a cualquier
cosa que no fuera una mera amistad. Porque amigos sí fuimos (y lo seguimos
siendo, casi veinte años después, ya superados aquellos sentimientos míos). No
puedo revelar su nombre real, pero fue en ella que me inspiré para escribir mi
novela Matar por Ángela.
“Tengo
miedo” refleja los primeros momentos de aquel enamoramiento que llegaría a ser
tan obsesivo como absoluto. Ella supo todo el tiempo lo que yo sentía por su
persona, pero simplemente nunca le gusté para algo más y eso está en la letra
de la canción. Musicalmente tiene un poco de blues, un poco de folk y un poco
de música popular norteamericana de los años veinte o treinta. También hay una
cierta influencia de Donovan. La grabación fue hecha en 1997, en el estudio de Adolfo
Cantú, en Tlalpan, durante una sesión que incluyó dos o tres piezas más, todas
dedicadas a la supuesta Ángela, quien las conoció y a quien de hecho le
gustaron…, pero ni así. La voz principal es la mía, la guitarra de
acompañamiento también. Adolfo le metió un violín medio extraño y una figura
guitarrística requinteada. No es una grabación profesional ni mucho menos, pero
a mi modo de ver se oye bastante bien.
Esta pieza surgió luego de que leí un poema sobre la muerte escrito por Charles Baudelaire y que forma parte de su libro más conocido, Las flores del mal (aún recuerdo la edición de portada rosada que debo haber perdido en alguna mudanza). En realidad, me inspiraron las líneas finales de dicho poema y tomé algunas metáforas de ahí. El tema formaba parte del repertorio del para entonces dueto Octubre y lo cantamos (Adolfo Cantú y yo, a nuestros dieciséis y diecinueve años de edad, respectivamente) en un programa de televisión de Canal 13, cuando aún era Imevisión, en febrero de 1975. Se trataba de una serie musical llamada Algo especial y nos tocó participar en la emisión final, producida nada menos que por Luis de Llano Macedo, cuatro años después de que organizara el festival de Avándaro y una década antes de que se le ocurriera inventar a Timbiriche. En el programa alternamos con La Revolución de Emiliano Zapata, Peter & Alex y Mester de Juglaría. La grabación que aquí presento la hice con el mismo Adolfo muchos años después, por allá del año 2000, en un estudio que improvisamos en su casa del Desierto de los Leones. Fue una sesión en la que grabamos una veintena de mis canciones.
Escribí esta canción en 2006, todavía en mi época de obsesión por una mujer de quien estuve delirantemente enamorado a lo largo de siete largos años. Para entonces esa obsesión ya había disminuido bastante y en ese sentido las cosas iban pronto a cambiar para bien, pero aún alcancé a componerle esta pieza. Se me ocurrió hacerla a manera de uno de esos anuncios que aparecen en los avisos de ocasión de algunos diarios, como si solicitara a una secretaria y no a una novia. La noche en que la presentamos por vez primera, con Los Pechos Privilegiados, en el Ruta 61, a la entrada del bar cada mujer recibía una solicitud por escrito, con las características que se piden en la canción (cosas como "¿Le gusta el vino tinto? ¿Es usted olvidadiza?, etcétera). Fue muy divertido, porque aunque algunas parroquianas se desconcertaron, otras respondieron el cuestionario y hasta me lo hicieron llegar con su nombre y firma. Por ahí los conservo en una carpeta. Esta grabación fue hecha en los estudios de la escuela de música DIM y sólo estamos Mauricio Mayén en la guitarra principal y yo en la voz y la segunda guitarra. La canción, por cierto, fue incluida en un disco recopilatorio (Ecos del Tejedor) con diversos cantautores, editado en 2010 por la Cafebrería El Péndulo.
Escribí este tema en pleno sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado, cuando la crisis económica alcanzaba niveles delirantes y el valor del peso mexicano se pulverizaba frente al dólar. La canción narra la historia de un personaje desarrapado y enfermo, a quien el narrador ayuda al verlo en tan mala situación. Sólo al final se revela quién es dicho personaje. Elegí hacerlo con una música ligeramente jazzeada, aunque para mí sigue siendo rock. La rescaté para incluirla en el repertorio de Los Pechos Privilegiados y muchas veces, al presentarla en concierto, la parte del solo incluyó no únicamente a la guitarra sino en ocasiones también a la flauta de María Emilia Martínez. Esta versión es la que grabamos en el estudio de la escuela de música DIM, a principios de 2008, con la misma gente y los mismos músicos de "Los tiempos tristes".
A principios de 1974, a punto de cumplir diecinueve años,
yo era una mezcla de post hippie con socialista radical y “latinoamericanista”
apasionado. Mi rencor de clase hacia la burguesía era tan fuerte como mi odio
al “imperialismo yanqui”. Como buen hijo ideológico de Rius y lector de tantas
plumas marxistas, muchas de mis canciones reflejaban mi pensamiento
izquierdista y “proletario”. “Niño burgués” es un buen ejemplo de esto. La
escribí en ese tiempo, inspirado en un amigo, hoy ya fallecido, quien por
alguna razón me parecía el súmmum del juniorismo. No diré su nombre por respeto
a su memoria y porque en realidad, aunque ciertamente resultaba un cuate un
tanto presuntuoso y mamón, era tan de clase media como yo.
La canción
formaba parte del repertorio de Octubre (1972-1975), el primero dueto (con
Federico Cantú), luego trío (con la incorporación de su hermano Adolfo) y de
nuevo dueto (al irse Federico y quedarnos sólo Adolfo Cantú y yo). La grabación
la tomé de un cassette que guardo desde hace casi cuatro décadas y que registra
un ensayo de mediados de 1974 en Tlalpan, en la casa del propio Adolfo, quien
por entonces tenía apenas dieciséis años (su voz es la de tono más agudo). Hay algunos errores al principio, pero creo que
mantiene la frescura de hace -¡gulp!- treinta y siete años.